Ogún y Ochosi deseaban hacer algo que los alegrara y pusiera
a todos a bailar, que produjera un sonido agradable, musical, para que llegara
hasta el alma de cada cual.
Por eso fueron a ver a Osain, en busca de que este les
aconsejara cómo fabricar un instrumento que produjera los sonidos que ellos
deseaban.
Osain, que conoce todos los palos del monte, sus usos y
propiedades, les indicó que debían cortar un cedro de regular tamaño y luego
ahuecarlo.
Cuando concluyeron el trabajo que les sugiriera Osain, Ogún
mató un chivo y con el cuero de este animal hizo los parches para el tambor.
Ambos se pusieron a tocarlo, pero no lograban sacarle un
sonido agradable.
Shangó, que andaba por allí cerca, atraído por los sonidos
de aquel instrumento, llegó hasta donde estaban reunidos y se quedó maravillado
con el invento.
–Me dejan probar a mí –dijo con su voz fuerte, pero con
cierto temor a que los otros, que lo miraron desconfiados, se negaran.
–Bueno –dijo Ochosi–, yo no tengo inconveniente.
–Ni yo tampoco –agregó Ogún.
Entonces el orisha del rayo y el trueno comenzó a tocar el
instrumento con tal maestría que los presentes se pusieron a bailar y mucha
gente acudió al llamado del tambor.
Fue tanta la alegría de aquel güemilere improvisado por
Shangó que a Ogún y a Ochosi se les olvidó reclamarle el tambor y desde día
Shangó no lo soltó nunca más.
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