La lampara de calabaza

Olofin había hecho a los hombres y Olorun, el Sol, les daba la luz para que crecieran, trabajaran y con el fruto obtenido pudieran comer y vestir.

Pero la luz del Sol sólo duraba la mitad del tiempo. Luego venía la noche, larga y aburrida, en la que los hombres no podían casi ni moverse porque la oscuridad se lo impedía. A veces la luna iluminaba un poco, pero no era lo suficiente para alegrar a los humanos.

Viendo Oshún que también en la noche los hombres necesitaban disfrutar mejor de sus vidas, se le ocurrió un plan. Fue a ver a Olofin y con su dulce voz le explicó:

–Babá, los hombres también necesitan luz por las noches y a mí se me ha ocurrido hacer una lámpara de calabaza y entregársela.

–Yo te dejaría hacerlo –repuso Olofin– pero, para que te autorice a ello, ¿qué me das tú a cambio?

La diosa habló al oído del Supremo Hacedor, el que sonrió pícaramente.

Días después Olofin convocó a todos los orishas a una fiesta en su palacio. Oshún bailó para todos con su piel ungida de oñí y la lámpara ideada por ella en la cabeza. Los asistentes quedaron muy contentos y Olofin terminó diciendo públicamente:

–Oshún está autorizada a entregar a los hombres esa lámpara de calabaza, para que se iluminen por las noches.

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