Se vivía un tiempo de mucha escasez y los orishas no
contaban con los alimentos suficientes. Sin embargo, Orula vivía holgadamente,
pues los aleyos que consultaba le proveían de adié, akukó, eyelé y otros muchos
animales.
Shangó, Ogún y Ochosi celebraron una reunión y acordaron
proponerle un pacto a Orula. Ellos saldrían a cazar y compartirían con el viejo
el resultado de su trabajo, así no les faltaría el sustento diario. Orula
aceptó gustoso.
Al otro día salieron al monte. Ogún, que había salido
primero, encontró un chivo, pero como esperaba encontrar otras piezas y era
mucha su hambre, se lo comió.
Siguiéndole los pasos, venía Ochosi que pudo capturar una
jutía e hizo otro tanto, con la esperanza de que siendo como era, un gran
cazador, conseguiría algo más.
El último era Shangó que, a duras penas, cazó un ratón y se
lo guardó en el bolsillo.
Por supuesto que cuando llegaron a casa de Orula, el único
que pudo rendir cuentas de su cacería fue Shangó. Ogún y Ochosi dijeron que no
habían podido conseguir nada.
Entonces Orula sacó una canasta y les amenazó:
–Arrójenlo todo aquí.
Y los dos vomitaron lo que habían comido.
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