Olofin mandó buscar a Shangó, pero este no quiso ir porque
estaba en el güemilere bailando.
Olofin, muy ofendido, se quedó pensando. Días después,
sabiendo lo goloso que era Shangó, lo invitó a almorzar y preparó akukó y
frijoles negros con muchísimo picante.
Shangó, haciendo honor a su bien ganada reputación de
comilón, acudió puntualmente a la invitación que le había hecho Qlofin. Cuando
terminó de comer, empezó a sentir que una cosa muy grande le daba vueltas en el
estómago; comenzó a dar brincos y a tirar rayos contra la Tierra.
Olofin, que se reía mucho de lo que le pasaba a Shangó,
quiso aplacarlo.
–Shangó –le dijo–, desde hoy sólo tú tendrás el ashé del
rayo.
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